Debían devolver el dinero de la travesía, que no solía ser tan idílica como el anuncio del vapor Amstelland da a entender. Viajaban hacinados y a menudo enfermaban. “Muerte hubo, pero como quien dice ninguna, una mujer de un mal parto y uno tuberculoso. No hagáis caso de los periódicos”, escribe un emigrante a su madre para tranquilizarla en 1919.
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Una vez en América, debían aclimatarse al trabajo a temperaturas extremas. La caña de azúcar, las minas y la construcción de ferrocarriles diezmaron la salud de muchos españoles, que para hacer las Américas pagaron un precio infinitamente más elevado que el de su pasaje.